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9.7.10

__ Semblanza de un Maestro de verdad __


(Oscar Tabárez cuando era Maestro "de verdad"_ año 1981, aprox.)

“-Ya está Silvia. Se acabó. No juego nunca más…

..-Pero Oscar… ¿De qué vamos a vivir?”

“Oscar es Tabárez. Oscar Washington Tabárez. Corría 1979 y sus rodillas pedían tregua. Un día, después de entrenarse con el Liverpool montevideano, llegó a su casa con una decisión tomada. Rústico zaguero central (aunque delantero de botija), siempre se había mantenido al margen de todo. De Peñarol, de Nacional, de los grandes. Lo suyo eran clubes de barrio, chiquitos, humildes. La Fraternidad, Sudamérica, Sportivo Italiano, Wanderers, Fénix, un toquecito por el Puebla mexicano, Bella Vista… Y estaba al borde de los 32 años.
Ya era maestro desde 1970, cuando se decidió por el magisterio. Y por ejercerlo. Siempre, en zonas fabriles, de laburantes. Nacido y criado donde se unen el Cerrito de la Victoria y el Brazo Oriental, en las afueras de la capital charrúa, se entregaba a la docencia en el Cerro, en Paso de la Arena, en La Teja.
Pero ya sin los pantalones cortos puestos, los riesgos eran muchos.

“Terminé como futbolista sin un peso ahorrado. Es que pasé por muchos clubes chicos. Me alcanzó para comprarme una casita”, cuenta el Maestro. Y no exageró. Silvia esperaba embarazada a Melissa y Oscar también estaba en la dulce espera. No tenía platita para ir a la cancha y escuchaba los partidos con una radio portátil. Así, una tarde, escuchó en la previa a Pepe Etchegoyen, dirigente de Peñarol, asegurando que seguía buscando gente para Inferiores. Pero que los chicos no eran para cualquiera. Había que estar instruído y culturalmente preparado para tal reto. Y a Tabárez se le prendió la lamparita. “Me la pasé toda la noche escribiendo un proyecto, a mano. Al otro día, salí a buscarlo a Etchegoyen. Un par de horas después, cuando trascendió la noticia, me vinieron a buscar los dirigentes de Bella Vista para que me hiciese cargo de los Juveniles…”, recuerda este padre de cuatro mujeres y abuelo de Santiago y Sofía. Hoy, con 63 marzos.

Y así, de la galera, con la precisión de la tiza sobre un pizarrón, se hizo camino al andar. Fue ayudante de campo (y campeón Panamericano 83) de Omar Borras y ya, en 1984, debutó como entrenador principal de Danubio. De ahí, a Wanderers, para recalar por fin en Peñarol, siete años después, y ser campeón de América en 1987, en un recordadísimo partido desempate frente al América de Cali en el estadio Nacional de Santiago, Chile. ¿Cuándo se definió? En el último minuto del tiempo suplementario, cuando Diego Aguirre derrotó a un tal Julio César Falcioni… Minuto 120’. ¿Le sonará a Ghana?

Los aviones, el doble turno, podían con su tiempo y con su vocación.
“Tuve que dejar las escuelas. Me la pasaba a pura licencia sin goce de sueldo”, blanquea.
Fue el momento en que se hizo entrenador de tiempo completo aunque sin abandonar nunca la profesión. Ya no podía llevarse a la concentración la tarea de los gurises para corregir… Aunque sí se hacía un tiempo para estudiar a sus viejos profesores. Su referencia de antaño era Arrigo Sacchi… Claro, las cosas no siempre salen bien. Pasó por el Deportivo Cali pero en Italia, el súmmum, la pasó mal. Zafó en el Cagliari pero, justamente en Milan, se sigue hablando de su fracaso. Pero, claro está, el tiempo da revancha. Sin perder, claro, esa particular sonrisa. “Uno debe endurecerse a si mismo sin perder la ternura”, dice el cartel que aún tiene en su casa del barrio Malvín en un guiño al Che Guevara. A la pelea constante………….

En 2006, la Asociación Uruguaya de Fútbol lo recuperó y le dio trabajo por segunda vez (en la primera, metió a la Celeste –lógico, agónicamente con un gol de Fonseca contra los coreanos- en los octavos de final de Italia 90). Costó, claro. Pero el sufrimiento le dio para reorganizar el fútbol charrúa. Porque en el Uruguay, con tres millones de habitantes pero con cuatro títulos mundiales, todo cuesta. De hecho, metió a Uruguay en Sudáfrica tras un duro repechaje ante Costa Rica. De hecho, se metió en semifinales con sangre, sudor, lágrimas, Luis Súarez, Forlán y Muslera. Y el Maestro, con ego de sobra para golpearse el pecho, aún mantiene ese particular sonrisa a un costado del grupito. La cultura del sueño de Arrigo Sacchi y la búsqueda de cosas grandes había vuelto a aflorar. Tal vez, un día regrese a las aulas. Tal vez, un día se dé el gusto de aprender piano para así disfrutar de la música clásica. Tal vez, un día tenga el reconocimiento a la humildad que se merece.
Tal vez, un día, los Maestros como Tabárez reciban la paga que les corresponde…

¿De qué vamos a vivir?”, preguntó Silvia.
Del recuerdo, con Oscar, el Uruguay seguro que no...”
Por Martín Macchiavello

Diario OLÉ, Argentina 5 de julio de 2010

1 comentario:

Lota dijo...

Qué preciosa semblanza! No conocía la historia de este "pequeño gran hombre"! Lindo de verdad! Me voy a seguir mirando el partido que sigue 2 a 2 y me duele la cabeza ya!!!!!!
Un abrazo, da noticias cuando puedas,