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21.1.11

_ JUAN JOSÉ MOROSOLI _ 19 de Enero de 1899 _



JUAN JOSÉ MOROSOLI _ La vida secreta

En primer lugar, que no se inquieten los lectores a partir del título, porque no voy a revelar ninguna intimidad desconocida del gran escritor minuano. Lo del título viene por mi intención de hacer conocer aspectos quizá menos divulgados de su vida, tratando de aportar del hombre
-y del creador- una visión que esté tan lejos del bronce como cerca de lo entrañable y cotidiano.

Otra cosa que no intento hacer es analizar críticamente la obra literaria de Morosoli, porque eso ya lo han hecho muchos reconocidos críticos dándole mil enfoques, todos ellos valiosos.

Recordar apenas que Juan José nació el 19 de enero de 1899. Que cursó algunos años escolares, en la Escuela Nº1, de Varones, de Minas, y después tuvo que trabajar para aportar al hogar formado por don Giovanni Morosoli Quadri y doña María Porrini Quirici.
Don Giovanni (Juan) era de origen suizo, venido del cantón de Ticino, la porción italiana del país de los relojes y el chocolate.


(Juan Morosoli y María Porrini, padres del escritor) (Casa natal de Morosoli, hoy INAU de Minas)

Pero no fue el único habitante del Minas de aquellos tiempos que era de ese origen. También de Suiza vinieron los primeros representantes de otros viejos apellidos minuanos, como los Cuadri, Lupi, Tonaccini, Porrini, Pozzi, Quirici, Soldini, Clérici, Figgini, Tossi, Molinari, Feller, Balmelli, todos ellos ticinenses. Muchos eran albañiles de oficio, verdaderos “estilistas de fachadas”, y como tales dejaron un aporte fundamental en la edificación urbana y rural de la época, que muestra el “sello” de los suizos. Como ejemplo se puede mencionar la construcción del Teatro Lavalleja, la Iglesia Catedral, el “Palacete de Sánchez” (después sede del BHU en Minas), la primera parte del Hospital “Vidal y Fuentes”; el “Molino Ugarte” (que en sus comienzos fue un hotel), etc. (*).


(casa de los Morosoli, en el Barrio Olímpico)

El matrimonio Morosoli-Porrini tuvo trece hijos -de ahí que haya una numerosa cantidad de personas con este apellido en Minas-.
Juan José era el mayor de los hijos de don Juan y doña María. Una vez que empezó a trabajar se ganó la vida como pudo: primero como dependiente en distintos rubros comerciales, hasta que se instaló como co-propietario de un bar, el “Suizo” (1921) -no es difícil imaginarse de dónde nace este nombre-.
Después pasó a otros emprendimientos comerciales, hasta llegar a ser propietario (1927) de una barraca-ferretería-bazar-almacén, negocio en el cual permaneció hasta su muerte, en el año 1957.
Se casó, a los 30 años de edad, con Luisa Lupi, Maestra ella, (hija de suizos también), de cuyo matrimonio nacieron dos hijas: María Luz y Ana María.
Esta es, a grandes rasgos, la trayectoria pública de un hombre que podríamos decir que fue un comerciante hecho “desde abajo”, a pura constancia y trabajo. Que indudablemente mostró un buen tino para los negocios, pero que siempre vivió con modestia, mostrando costumbres casi espartanas, al que frecuentemente se le veía calzando bigotudas alpargatas “Rueda”.
Pero tras esta vida de hombre práctico, que supo del trabajo diario, duro, rutinario, de vuelo “rasante”, diríamos, hubo una “vida secreta” -en el buen sentido de la palabra-, que le permitió crecer intelectualmente, crear un mundo literario, tan particular y vigoroso, que lo hizo trascender de su comarca al mundo literario nacional e internacional. En una época del Uruguay, además, en la cual era muy difícil destacar en lo literario, porque había verdaderos “monstruos sagrados” de la cultura que eran cuasi venerados por la elite intelectual: Felisberto, Quiroga, Onetti, Ángel Rama, Rodríguez Monegal, Juana de Ibarbourou, Montiel Ballesteros, Emilio Oribe, Silva Valdés, Serafín J. García, Espínola, Martínez Moreno, Real de Azúa, Benedetti, Vilariño, etc. Entre ellos, algunos grandes críticos literarios que tanto podían elevar a un autor al más alto pedestal, como lapidarlo para siempre.




En ese contexto cultural del país surgió la obra creadora de Morosoli, desde este rincón de la serranía. Obra humilde y potente a la vez, igual que las cañadas que nacen como pidiendo permiso a los cerros y luego se vuelven caudalosa corriente que llega hasta el mar.
Esa “vida secreta” de Juan José, que sólo era conocida por algunos amigos muy cercanos, soñadores como él, se desarrolló en aquel espacio íntimo alimentado por lecturas voraces. Hubo en esa época una intelectualidad minuana que supo reunirse “Bajo la misma sombra”, para intercambiar opiniones, experiencias, lecturas comentadas, sueños creadores. Recordemos a Cajaraville, Benavente, Casas Araújo, Magri, Cuadri, Dossetti.


(Morosoli con Santiago Dossetti y sus esposas, viaje en tren)

Sus hijas han contado, en un reportaje que les realizó a ambas Hugo Fontana, en el año 2007 (*), que Morosoli tenía -y leía- libros de autores franceses, rusos, ingleses, estadounidenses, latinoamericanos. Y nombran algunos como William Faulkner, Sinclair Lewis, John Dos Passos, John Steinbeck. Dicen que le apasionaba Joseph Conrad. Entre los autores latinoamericanos, Ciro Alegría, Rómulo Gallegos, Jorge Amado.

“Cuando papá murió, el velatorio fue en mi casa y me avisaron que había gente que estaba robando libros de su biblioteca para llevárselos de recuerdo”.

Pero volviendo a la vida secreta de Morosoli, a la sazón barraquero, el pueblo minuano en general no estoy muy seguro de que supiera que tenía en su seno un gran escritor.
Sus trabajos literarios: teatro, cuento, novela, poemas, artículos de costumbres, reflexión literaria, muestran que era un hombre culto, un hombre “léido” como diría alguno de sus personajes.


(Juan José Morosoli en su Barraca)

“Papá iba en ómnibus a la barraca cuatro veces por día. Venía a almorzar, dormía una siestita y a las dos menos cinco mamá lo despertaba…”.

“Poca gente en Minas lo conocía como escritor. Él era el barraquero de la ciudad…”.

De acuerdo a ello, uno se imagina que, para los proveedores y los clientes del comercio, para los carreros primero, y camioneros después, que venían a levantar mercadería, o a traerla, simplemente era Don Pepe, el hombre amable, que gustaba de charlar pausado y “a lo largo” con ellos, averiguarles de sus cosas, de sus costumbres, de sus pesares. Así lo dice el propio Morosoli:
“…Aquí -en los bordes de mi pueblo- está la veta. Y también en las chacras que no tienen, que yo sepa, su cronista. Y en las canteras, de las que está roto todo el paisaje de Minas. Tal vez yo soy un poco parecido a mis hombres. Por eso los saco como son. ¿No ve que yo soy muy inculto y sólo tengo el mérito de ser un buen busca-rumbo? ” (*)

Y sobre este aspecto, una de las hijas le dice a Hugo Fontana:

“Ahora que lo veo de lejos, qué capacidad tenía papá para hablar con la gente de poca educación, con los vivos de Minas que querían hacerse los que sabían y no sabían, y después con la gente muy instruida. Esa era una cualidad natural. A él no le gustaba aparentar. Mamá le hacía poner corbata para sacarse fotos. No recuerdo si para nuestros casamientos se compró traje…”.



“Escribía cuando volvía del trabajo, pero sobre todo de mañana, cuando todo estaba tranquilo. En esta casa, en esta pieza del costado, se encerraba a escribir y tenía una ortofónica, un aparato para escuchar discos. Tenía discos de tenores, de Tchaikovski, y después se le había dado por ir a los remates y comprar discos antiguos…”.
“Los domingos se levantaba muy temprano a escribir, y a las siete de la mañana iba a una feria en la ciudad adonde juntaba anécdotas, porque venía gente de la campaña y hablaba con ellos. Siempre volvía con alguna historia, con algún cuento. A nosotros no nos llamaba la atención que él se encerrara a escribir. Mamá lo ayudaba mucho, ella leía lo que escribía. ¡Qué cantidad de faltas tenía! Ella corregía y corregía…”.

Según Heber Raviolo -principal editor de su obra- hubo un hecho que catapultó a Morosoli, y fue la aparición del libro “Perico”, y la apropiación del mismo por parte de los maestros y maestras del país, para trabajar sus textos en las aulas primarias. Cuenta el editor que a los veinte años de la primera publicación de dicho libro decidió re editarlo y -casi con temor- lanzaron una tirada de 2.000 ejemplares. A partir de ahí, la editorial -“Banda Oriental”-, tuvo que reiterar las ediciones por la intensa demanda que se produjo. Para la época fue un éxito literario increíble. Podría decirse que fue uno de los primeros “best sellers” de la industria editorial vernácula. Esto sorprendió a la crítica y a la misma editorial que lo había cobijado. Llegaron a vender 10.000 ejemplares por año, durante mucho tiempo. Hoy casi no se le conoce entre los docentes, las cosas han cambiado mucho.
Pablo Rocca, en una reseña afirma que el libro “Perico” se dejó de usar a partir de 1973, al comenzar la dictadura militar, sin que mediara una indicación expresa. Considerando que todos los libros estaban bajo sospecha y siendo Morosoli un simpatizante socialista, es muy probable que así haya sucedido.
Y éste es otro aspecto también poco conocido de la vida de Morosoli: su militancia política.



(tapa de la primera edición, 1945)

Una vez más recurro al testimonio de sus hijas:

“En una época a papá, más allá de haberse afiliado al Partido Socialista, le gustaba Stalin. ‘Pepe Bigotes’, le decía. Pero después se fue desencantando y tuvo problemas con algunos comunistas, con Atahualpa Del Cioppo, quien venía a Minas desde hacía años con una obra de teatro infantil, ‘La isla de los niños’. Yo hice Facultad de 1949 a 1954. Mis compañeros me hablaban de ‘Marcha’, y parece que en el semanario tuvo lugar esa polémica con Del Cioppo. Tiempo después hubo un escribano que fue votado dos veces intendente de Lavalleja por el Partido Nacional, e hizo una muy buena gestión. Entonces, aún estando vivo y enseguida que terminó su actuación, le pusieron su nombre a una calle, ‘Intendente Amilivia’. Y le pidieron a papá que hablara cuando se descubriera la placa, y los socialistas de Minas lo expulsaron del partido. Como a los tres meses vino Emilio Frugoni y lo tuvieron que reincorporar, pero después de eso no quiso estar en listas ni en nada”.

Y finalmente, es bueno decirlo también, hay en las hijas de Morosoli un profundo reconocimiento por el trabajo de Heber Raviolo para rescatar y difundir la obra del escritor. Tanto es así que al final del ya mencionado reportaje expresan:
“Morosoli, sin Ediciones de la Banda Oriental y sin Heber Raviolo, no sería conocido por nadie. Raviolo insistió con la obra, y a los dos o tres años de muerto papá vino a hablar con mi madre. Nosotros no entendíamos mucho de esas cosas y no teníamos dinero para editarlo, y él llegó con el ofrecimiento si le dábamos la exclusividad, y entonces empezó a publicar los libros, con esa constancia que tiene, que hace nuevas ediciones y rehace los prólogos. ¡Siempre dice cosas nuevas! Raviolo era como un hijo para mi madre”.

El constante trabajo de Raviolo a lo largo del tiempo ha hecho a los críticos fijarse más en Morosoli y, en algunos casos, hasta cambiar de opinión con respecto a su obra. Hoy ya nadie discute el valor y trascendencia de la misma. El barraquero minuano ha pasado a la inmortalidad contando historias de su pago chico.

Bibliografía _
*) Diario “El País” del 30 /11 /2007 -Suplemento Cultural- Entrevista de H. Fontana a sus hijas (la letra en negrita marca frases textuales del reportaje).
(*) Entrevista de Elvio E. Gandolfo a Heber Raviolo -Diario “El País Cultural”-.
(*) Mails intercambiados con Juan Luis Morosoli, a quien no conozco personalmente, pero al que agradezco valiosa información sobre “Los suizos en Minas”.

Fotos _ Las fotografías de las casas en Minas son de Daniel de León.

(Las imágenes se pueden agrandar)

2 comentarios:

Macs dijo...

Hola.
Encontré este blog por casualidad y me encantó lo que leí de Juan José Morosoli...
Muy interesante.
Saludos.

w.m. dijo...

Gracias por tu visita y comentario. Espero que sigas volviendo por aquí.